Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

Los fantasmas del Banco de Londres…

El Partido Acción Nacional fue concebido, en 1939, como un dique moral contra el cardenismo, una reacción conservadora frente a un gobierno que redistribuyó la tierra, promovió la educación socialista, defendió al trabajador y consolidó el Estado laico. No nació de una revolución de ideas, sino del miedo a perder privilegios. Desde su cuna en el Banco de Londres y México, los apellidos que lo fundaron —Gómez Morín, Calderón Vega, González Luna— representaban a la élite económica, religiosa y terrateniente que veía con recelo la justicia social que emergía desde abajo.

Ocho décadas después, el PAN parece haber perdido no solo su bandera, sino también su brújula. Los que hoy se autoproclaman herederos de ese partido no representan la moral cívica que pregonaban sus fundadores, sino la desesperación de quienes buscan un respiro político en un desierto de credibilidad. Intentan curar una hemorragia ideológica con un cambio de logotipo, como si un retoque cosmético pudiera disimular el cáncer que carcome su identidad.

El blanquiazul, antaño sinónimo de principios, se ha convertido en una franquicia electoral sin alma. Su alianza con el PRI fue el punto de no retorno: un matrimonio de conveniencia que terminó desnudando lo que el PAN siempre negó ser. La fuerza que un día prometió derrotar al régimen priista terminó sirviendo de muleta para mantenerlo con vida. Hoy, tras el desgaste y la descomposición, los nuevos dirigentes panistas buscan reinventarse desde el marketing, no desde la autocrítica.

Pero lo que no entienden es que la crisis del PAN no está en su logotipo, sino en su conciencia. No es una cuestión de imagen, sino de principios. Los votantes no abandonaron al PAN porque envejeció su diseño, sino porque traicionó su esencia. Renegaron de su propio código moral al volverse cómplices de gobiernos corruptos, al justificar lo injustificable, al olvidar su promesa de honestidad y decencia política.

Creyeron que podían engañar al electorado una vez más con una fachada renovada. Pero la sociedad mexicana, más despierta y crítica que nunca, ya no compra espejismos. La gente ve en el PAN un eco lejano de lo que alguna vez fue una alternativa, un cascarón vacío que ya no inspira ni esperanza ni confianza.

Si de verdad quisieran resucitar, tendrían que empezar por reconocer sus pecados, convocar a un debate nacional profundo, mirar hacia adentro y preguntarse: ¿qué queda del humanismo político que enarbolaban? ¿Dónde está esa ética que prometieron defender? La respuesta, por ahora, parece diluirse entre el oportunismo y la nostalgia.

GOTITAS DE AGUA:

El PAN vive su peor metamorfosis: la de un partido que quiso sobrevivir negando lo que fue, y que terminará muriendo sin saber lo que es. Su espejo está roto, y cada fragmento refleja la traición de sus propios dirigentes. No hay rediseño que cure la pérdida del alma. Lo que el PAN necesita no es una nueva imagen: es un nuevo propósito, una refundación moral que le devuelva dignidad antes de que la historia lo archive como un simple pie de página del PRI. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

Comentarios

Comentarios