Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

El maquillaje del primer informe de Lupita de Camacho…

En Salvador Alvarado, el reflejo del poder se mide en likes, no en resultados. La selfie se ha vuelto la nueva rendición de cuentas y las redes sociales, el escenario donde se pretende maquillar la mediocridad con sonrisas y filtros. Lo preocupante no es solo el descaro, sino la desvergüenza de gobernar desde la apariencia, no desde la acción. El primer informe de gobierno de la alcaldesa Lupita de Camacho fue una puesta en escena más cercana a una función de vanidades que a un ejercicio de rendición de cuentas.

Mientras las cámaras capturan los gestos ensayados de una administración vacía, el municipio se hunde entre el abandono, la inseguridad y la falta de servicios básicos. Salvador Alvarado parece atrapado en una parodia política donde la improvisación se disfraza de gestión y los escombros se pintan de colores para simular progreso. No hay planeación, no hay estrategia, no hay futuro: sólo la obsesión por ser tendencia, aunque sea por las razones equivocadas.

Gobernar con una pala, un wingo y una cubeta de pintura no es un símbolo de trabajo, sino de conformismo. Es la política reducida al gesto, al acto fotográfico que pretende tapar con brochazos la ineficiencia institucional. Las ferias en la plazuela todos los viernes, convertidas en su bandera más visible, son una metáfora cruel de lo que representa hoy el Ayuntamiento: un circo de ilusiones montado sobre el cansancio de un pueblo que ya no compra promesas.

El Plan de Desarrollo Municipal —esa guía que debería trazar el destino económico del municipio— duerme el sueño eterno del olvido burocrático. Y mientras tanto, la economía local agoniza entre la desidia y el egoísmo de quienes gobiernan con la vista puesta en sus intereses personales. El poder se ha vuelto botín y no responsabilidad. En vez de buscar soluciones, los funcionarios se dedican a acuchillarse entre sí, a proteger sus privilegios, mientras las calles se desmoronan y la inseguridad acecha como una sombra constante.

Nada hay que celebrar en Salvador Alvarado. Este informe no fue una rendición de cuentas, sino una rendición del espíritu público. Los proyectos mostrados como “logros” son reciclajes del pasado, apropiaciones descaradas de obras ajenas, reetiquetadas con la marca de una administración que no ha sabido —ni querido— pensar en el futuro.

El balance es claro: un año de discursos invisibles, de promesas huecas y de simulaciones mediáticas. Un gobierno que habla mucho y hace poco, que presume una prosperidad que nadie ve ni siente. En Salvador Alvarado, la política se ha convertido en un espejo roto donde la alcaldesa y sus funcionarios solo reflejan su propia vanidad, ajenos al deterioro que carcome las calles, los hogares y la esperanza ciudadana.

GOTITAS DE AGUA:

Y mientras el agua no llega a las comunidades rurales, los recibos sí lo hacen puntualmente, como recordatorio de que la injusticia se cobra en efectivo. El pueblo se pregunta, con razón, qué celebran las autoridades: ¿el abandono?¿la indiferencia?, ¿la mediocridad institucional convertida en rutina? Porque si el propósito del poder es burlarse del pueblo, entonces este informe no fue un evento oficial, sino una bofetada pública a la dignidad de Salvador Alvarado. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el lunes”… 

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