Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Angostura encendiendo su propia conciencia…
El alumbrado público no es un lujo administrativo ni un gesto político para presumir en temporada electoral; es una obligación esencial, tan básica como el agua potable o la recolección de basura. Y, sin embargo, en muchos municipios de Sinaloa, el brillo de esta responsabilidad suele apagarse entre excusas, rezagos o indiferencias. Por eso, cuando un gobierno municipal decide encender la luz —literal y simbólicamente— vale la pena detenerse, analizar y, sobre todo, exigir coherencia.
En Angostura, el alcalde Alberto “El Capy” Rivera ha anunciado un proyecto ambicioso: la renovación del alumbrado público con luminarias LED y una inversión de 3 millones de pesos. Un paso firme, necesario y largamente esperado. Porque la oscuridad no es solo ausencia de luz; es también el territorio perfecto para que prolifere la inseguridad, la incertidumbre y la sensación de abandono. La penumbra opera como cómplice involuntaria del delito, un manto que resguarda a quienes utilizan la noche para delinquir y a quienes han encontrado en el silencio institucional un aliado para sus propósitos.
La propuesta del alcalde, en esencia, es propositiva: atacar de raíz un problema histórico que afecta directamente la seguridad de las y los angosturenses. Es un acto de gobierno que reconoce que un servicio público, cuando se presta con eficiencia, no solo transforma calles: transforma realidades. Una lámpara no sólo ilumina un camino; ilumina también la tranquilidad y la percepción de seguridad de quienes lo transitan.
Ahora bien, la autocrítica debe acompañar siempre al aplauso responsable. Porque si bien el proyecto es bienvenido, surge una pregunta que el propio gobierno municipal debe enfrentar con sinceridad: ¿llegará la luz a todos por igual?
La ciudadanía no olvida —y tiene razón— que existen colonias, comunidades pesqueras, campos agrícolas y zonas marginadas que suelen quedarse al final de cualquier lista de prioridades. La infraestructura avanza, sí, pero muchas veces lo hace en círculos, iluminando primero a los de siempre, dejando en penumbra a quienes históricamente han sido olvidados.
El reto, entonces, no está solo en la inversión ni en la modernización tecnológica. El verdadero desafío está en la coherencia: que la luz pública deje de ser un privilegio geográfico y se convierta en una garantía universal. Que los 3 millones de pesos no solo alcancen para colocar lámparas, sino para encender confianza.
El gobierno debe entender que un municipio iluminado es también un municipio vigilante, prevenido, cohesionado. Y que la luz que se instala en una calle también debe iluminar la conciencia de quienes deciden dónde, cuándo y para quién se destinan los recursos.
Es justo y necesario reconocer cuando un gobierno hace lo correcto. Alberto “El Capy” Rivera por más sencillo que parezca todos sus retos en beneficio de la localidad costera está dando un paso que muchos otros municipios han postergado por décadas. Pero la ciudadanía también tiene la responsabilidad de exigir que ese paso no sea selectivo, incompleto o desigual.
GOTITAS DE AGUA:
La luz, si quiere ser verdadera, debe llegar a todos. A las avenidas centrales, sí, pero también a los callejones olvidados. A las colonias visibles y a las comunidades que solo aparecen en discursos. A los espacios donde la inseguridad encontró terreno fértil y a los lugares donde la esperanza se apagó hace tiempo.
Porque un municipio iluminado no es aquel que solo brilla desde lejos, sino aquel que irradia justicia, equidad y compromiso en cada rincón. Y Angostura merece eso: no solo lámparas nuevas, sino una nueva forma de mirar al ciudadano. Una nueva forma de gobernar con luz… y sin sombras. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…


