Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
2025: el año más duro en la historia para un gobernador y el más cómodo para sus críticos…
Por más que incomode admitirlo, 2025 ha sido el año más duro en la historia reciente para un gobernador de Sinaloa. No hay precedente que se le asemeje. El cuarto informe del doctor Rubén Rocha Moya no solo rinde cuentas: es la radiografía descarnada de un Estado que enfrentó su más profunda fragilidad, justo cuando parecía haber encontrado un equilibrio que costó décadas construir.
Es fácil —y tentador— reducirlo todo a culpables inmediatos. Muchos adversarios lo han hecho: se han apresurado a convertir la inseguridad en arma política, aprovechando cada tropiezo para desgastar al gobierno en lugar de sumarse a la solución. Pero esa estrategia, más que oposición, es oportunismo. Más que crítica, es mezquindad. Porque en un año donde la violencia quebró la esperanza colectiva, la verdadera responsabilidad era cerrar filas por Sinaloa, no abrir trincheras para intentar regresar al poder.
Nadie lo vio venir con la fuerza con la que llegó. Desde finales de julio de 2024 y, de forma más clara, desde septiembre, la inseguridad estalló nuevamente, derrumbando indicadores que habían posicionado a Culiacán como una de las ciudades más seguras de México y a Sinaloa como una referencia nacional en gobernabilidad. No se trató de un descuido ni de un abandono institucional. Fue un fenómeno sistémico, profundo, que desbordó las estructuras formales del Estado y puso a prueba incluso la coordinación con la Federación.
Decir que el gobernador se cruzó de brazos es falso. Decir que todo es responsabilidad del gobierno federal también lo es. La realidad es más incómoda: la inseguridad es un monstruo que se alimenta de sí mismo, que muta, que encuentra resquicios donde asomarse y que requiere más que autoridad: requiere unidad, inteligencia colectiva y corresponsabilidad social.
En este contexto, culpar al gobernador se volvió el recurso más barato. Pero no el más honesto.
Rubén Rocha Moya ha buscado respaldo federal, ha trabajado con su gabinete, ha exigido resultados y ha insistido en la empatía social. Y aunque hay avances en ciertos rubros, los delitos de alto impacto permanecen grabados en la memoria ciudadana como heridas abiertas. Esa es la parte que no puede negarse.
Sin embargo, lo verdaderamente grave es que, mientras el gobierno hace frente a la emergencia, la oposición ha preferido aprovechar el desgaste antes que ofrecer soluciones.
El Congreso, cuya función no es aplaudir pero sí construir, tampoco ha mostrado la altura política necesaria para una crisis de esta dimensión. Lo que Sinaloa necesita es un Legislativo que proponga, que investigue, que evalúe y que acompañe, no un Parlamento atrapado en cálculos electorales.
El gobernador tiene un mérito que pocos reconocen: ha aceptado la gravedad del problema sin maquillarlo. No ha escondido cifras, no ha minimizado riesgos, no ha escapado a su responsabilidad. Ese ejercicio de honestidad es el que abre la puerta a la autocrítica real —la única que sirve— y a una agenda de reconstrucción.
Pero también hay tareas pendientes: fortalecer la inteligencia operativa más allá del despliegue visible, revisar a fondo los mandos y renovar estructuras que han quedado rebasadas, exigir cuentas claras a los cuerpos de seguridad, acelerar la coordinación con municipios, y, sobre todo, hacer que la ciudadanía sienta que su gobierno está presente, cercano y firme.
GOTITAS DE AGUA:
Hoy, con el cuarto informe ya en manos del Congreso y con una comparecencia programada para el 26 del mes en curso, Rocha Moya entra a la fase más delicada de su administración. A partir de este momento, la inteligencia política será tan importante como la inteligencia en seguridad.
Sinaloa no necesita héroes individuales ni oposiciones estridentes. Necesita madurez colectiva.
Porque si algo nos enseñó este año es que los problemas de seguridad no se resuelven desde la distancia de los discursos ni desde la comodidad de los balcones. Se resuelven en equipo, con rigor, con diálogo, con estrategia y con la convicción compartida de que este Estado no puede retroceder más.
Este es, quizá, el mayor reto del gobernador. Pero también es el mayor reto de todos nosotros. La pregunta es simple, aunque incómoda: ¿queremos resolver el problema o queremos seguir usándolo como bandera?
Sinaloa merece la primera opción. La historia no perdonará la segunda. Y si la oposición está tan obsesionada con cerrar puertas, que lo haga. Pero —como dicta la frase que ya es advertencia y epitafio—:“si la cierran, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”
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