Por Alex Espinosa

Como sociedad nos concedemos muy poco. Anulamos toda posibilidad de concebirnos como comunidad y actuamos como individuos, nos pensamos desde ahí y partiendo de esa soledad infranqueable comprendemos al mundo como extraño.
Y no digo esto por levedad o por reproche, sino como efecto de los tiempos modernos y origen del tema que nos ocupa, la consulta sobre la construcción del aeropuerto.
Hablé con un amigo al respecto, para sacar nuestras propias conclusiones. Al final me dijo: “bueno, al menos avanzamos en democracia”, y después, con esperanza desolada, “un poquito”.
Por supuesto tenía razón. Aunque fuera a través de una consulta tan raquítica como la que sucedió el fin de semana pasado, estamos avanzando hacia una democracia. Las administraciones pasadas han sido impositivas, tomaron decisiones discrecionalmente y desde sus tronos.
Los ciudadanos nos acostumbramos a esa lógica de trabajo, tanto que ahora hay ciertos conceptos que nos parecen extraños, o de menos, distantes. La democracia solía ser coronada por los políticos que escupían “que se haga lo que el pueblo demande”, sin saber que estaban escupiendo para arriba.
Aunque es dudosa la forma en que se llevó a cabo la consulta, hubo una mayoría, aplastante, a decir verdad. La democracia se rige por lo que decide la mayoría del pueblo y se asegura de realizar esa voluntad sin pretender disminuirla o descalificarla. En redes, la gente la llamó “la decisión de la muchedumbre”; otros con más desdén, lo trataron de “masa”.
Esas y otras expresiones ante el resultado de la consulta son solo el rezago de nuestro sistema político. La decadencia de nuestro régimen. Tenemos la necesidad de repensar la forma en que se toman las decisiones en nuestro país y no se trata de reinventar la democracia.
Colombia se dio paso a una “democracia participativa” a principios de los años 90. Establecieron mecanismos para dar a la ciudadanía el poder de tomar decisiones. En 2016 se tuvo un gran caso: Juan Manuel Santos, presidente entonces, quiso otorgar a las FARC el perdón y buscar la paz en el país. En el plebiscito se decidió que no habría ni una ni otra. ¿Es criticable la decisión? Sí, pero jamás se cuestionó la participación de los ciudadanos. Tan lejos había llegado su cultura democrática. Ahora, se vislumbra ese camino con el experimento de la consulta en México, claro que con más urgencia.
La pregunta que surge es ¿y si la mayoría también se equivoca? Es un gran riesgo que nadie está dispuesto a tomar; sin embargo, Andrés Manuel lo está haciendo. Quizá se pueda sospechar que la decisión se tomó de antemano, y es arriesgado afirmar que AMLO tiene intereses en dicha obra, pero lo es más asumir que no es así.
Andrés Manuel salió el lunes a declarar que el aeropuerto se hará en Santa Lucía, porque su primer interés es demostrar quién manda ahora. Claro, con la complacencia (¿o complicidad?) de un Peña Nieto ausente, fantasmal o muerto —para hacer honor a la temporada—, que ha dejado al tabasqueño tomar las riendas de la agenda política nacional sin entrar aún en funciones.
Entonces, la decisión tomada, que supuestamente se hizo a través de la consulta, podría ser una manera en la que AMLO haga de lado a un sexenio agonizante y los vestigios de un partido. También hay que entender que la realización de la consulta fue un intento de insertar nuevas formas de trabajo, pues ya se advirtió que habrán más de ese tipo. Hay que mirar con ojo más crítico (fundado e informado), estas consultas para hacer de ellas un mecanismo que pontencie el cambio y no una mera simulación, para tener una democracia participativa, no simulada.
Esta consulta ya pasó y para muchos dejó más retórica que dialéctica. La verdad es que donde se haga el aeropuerto va a tener consecuencias y beneficios. Al escritor de estas líneas le da igual, sinceramente, el sitio en el que se haga el aeropuerto, porque comprendo que el fenómeno es más una lucha de poderes e intereses que una obra pública. Y sobre eso, no tengo duda alguna.
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