Por Alex Espinosa
Un hombre no puede salir de su auto. Por más que lo intente, por más que quiera, no puede. Se caga encima, en el asiento de su auto. Ha gastado, de tanto recorrer la ciudad, dos tanques de gasolina. Quiere, chilla, golpea, se desarma, y no, no puede salir de su auto.
“Embargo” es una extraordinaria narración de José Saramago que relata, desde la perspectiva de quien redacta estas lineas, la lucha del hombre por liberarse de sus propias maquinaciones y creaciones. Tanto de la rutina, creada por esos entornos sociales, como por aquellas invenciones de la ingeniería del hombre moderno, reflejada en un simple automóvil con vida propia.
Es una metáfora absurda, aunque no por mucho. No es irreal, es palpable y comprensible, fácilmente visible en nuestra sociedad, justo ahora.
Hay una pequeña gran diferencia entre ese hombre impedido por fuerzas desconocidas dentro del cuento y el toluqueño promedio. Aquel hombre no puede, aunque quiera; nosotros no queremos, aunque podamos. Y justamente ahí está la tragedia del momento, aquello que nos empuja a quedarnos en filas de mas de un kilometro, en esperas de más de una hora.
Hay soluciones a ello, y me veo obligado a caer en lugares comunes como el transporte público, la bicicleta, autos compartidos, caminar en tramos cortos o simplemente limitarse a salir solo bajo exigencia. La verdad es que todas son opciones validas, pero no tan viables. Lo serían si contáramos con un transporte público eficiente y en buen estado; si tuviéramos ciclovías y un ápice de civilidad; si hubiera comunidad y buena voluntad; si hubiera seguridad para andar por las calles.
Entonces, ¿estamos condenados a pasar nuestra vida en un automóvil? Para ser sinceros, no tengo una propuesta para revertir la penosa situación en la que nos metió un gobierno incapaz de crear una estrategia de distribución antes de cerrar los ductos de gasolina; en esta parte es su culpa. Pero la mala organización que tiende filas enormes y la dependencia al automóvil es merito propio.
Estamos en una crisis, y se trata de que en estos momentos busquemos opciones a una movilidad eficaz y autosuficiente. Ahora, el gobierno no presenta opciones viables, así como la sociedad civil, lo que nos deja atascados en lógicas de movilidad aún funcionales, pero sólo en cierta medida. Lo único que se necesita en este punto es buscar soluciones de acuerdo a las necesidades de cada comunidad.
Mientras tanto nos aferramos al automóvil como a los combustibles fósiles porque no somos capaces, en esto me sumo, a vislumbrar sociedades más organizadas y menos dependientes. Lo que ha pasado es que hemos configurado nuestro entorno para que sea apto para los autos y no para el hombre en sí, el cuerpo. A nosotros nos limitamos en aceras de un metro, mientras las calles son de tres o cuatro carriles.
En ese punto es importante reconocer que nos hemos equivocado, no solo por el hecho de que aquello también es obsoleto ahora, cuando las avenidas se colapsan por exceso de vehículos, sino porque de haber pensado en vías alternas alejadas del flujo automovilístico no estaríamos en esta preocupante situación. Preocupante en tanto a como estamos reaccionando, exagerada, por ser justo.
¿Qué queda por hacer? Por ahora, sobrepasar el momento con un poco de dignidad y cordura. Después con más calma, pensamos que estamos haciendo como sociedad y como individuos.
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