Por Socorro Valdez Guerrero
Volver a saber de ti. Sentirte cerca; sentirme orgullosa de la huella que dejaste en muchos. Tocar lo que tocaste y ver que fuiste grande. Que te sentían grande. Que tú imagen no se olvida, que ahí en ese taller aún está tu presencia, tu esencia.
Oh, que grato recordarte y seas el centro de mi platica, que aún te extrañe y hoy a ella, esa güerita tan mi amiga, también.
Que ese tu espacio, hoy me lo compartes para sentirte cerca.
Para que supiera que fuiste ¡El maestro! Donde mostraste esa gallardía, ese porte con el que te recordaban como “Dandy”. De traje, sombrero Cardán ¡Impecable! Y muy, pero muy ¡Guerrero!
Ese Guerrero que orgullosa lo llevo en mi apellido, que tanto arrojo me da.
Nadie te olvida, yo tampoco. Tu carro, que para mis amigos era la burla, porque se parecía al “avispón verde”, hoy lo recuerdo con admiración.
Oh abuelo, cómo olvidarte si como pocos nunca denostaste mis formas ni mis modos.
Cómo olvidarte si te sentías y te mostraba orgulloso de mi.
Hoy que bello tocar esa máquina de la que fuiste maestro.
Que hiciste tuya por tantos años. Que te hizo ganarte el que aún te recuerden como el ¡Maestro Guerrero! Porque para ellos significaste enseñanza, para mí el orgullo de ser mi abuelo.
De escuchar historias de ti que no conocía. En ese lugar que te describía, aquel al que regresé después de 40 años.
En ese donde ambos teníamos nuestra propia historia. La tuya de enseñanza. La mía de amistad escolar con mi querida Angy, mi amada Ricky Ricón.
Ahí ¡Regresé! Y me llenó de alegría y dibujó mi sonrisa permanente.
Tu esencia seguía ahí, ahí se mantuvo en esa reunión de amigas de secundaria.
Que ya no más la tendré, porque también ella se fue.
Ahí te recordé y llegó tu voz, escuché de nuevo, el “hola chaparrita! Leí tu nota “Coquis”, ¡mira! Aquí traigo tu periódico, decías.
Oh, abuelo, hoy fui yo la que habló de ti, la que abrumé a otros al repetir y repetir que sentías orgullo de mi.
Que me querías, pero festejabas un mes después mi cumple, porque te equivocabas de fecha.
Te recordé y anhelé que compartiéramos ese alcohol de los lunes de mi descanso.
Que llegarás a pedir tu “botellita”.
Sí, abuelo, hoy soy yo la que muestra orgullo de escuchar esas historias de ti.
De saber que hoy agradecen aprender de mi abuelo.
Que reciba esa llamada desde Oaxaca para escuchar a su alumno. Aquel que aún te recuerda. Que sin miramientos muestra alegría.
“Oh, la nieta del maestro Guerrero”. Sí, hace ¡40 años! Y se acuerda de ti y me revela: “Lo quiero. Lo que sé del torno, es gracias a él”. Las voces se llenaban de tu recuerdo; sus hermanos se referían a ti con cariño, con respeto.
El más chico de la familia, te recordaba como mago; varios pasajes compartiste con ellos.
—Es un estandarte para esta empresa, para la familia Olea, decía sin reparo Javier.
Yo tenía ocho años y a mi hermano Norman le enseñaba cómo usar el torno”.
Hablaban y hablaban de ti y yo orgullosa.
Evocaban una y otra vez historias; yo las mías y ellos las suyas.
—Me guardaba desperdicio de fierro, hacia un cucurucho, y le prendía fuego, oh, ¡hacía magia! Bueno, creía eso, porque salían chispas”.
Reíamos y sabían mucho de ti, de tu adicción al cigarro. ¡¡Aquí!!! -en tu torno que aún conservan- ponía su cenicero y moldeaba las piezas, me reveló Héctor.
Cómo olvidar a tu abuelo, cómo no acordarme de don “Eliot Ness”.
Nos consentía y mi padre mandó hacer un banco especial para que mi hermano estuviera cerca de tu abuelo y le enseñara. Ahora el más viejo es don Nacho, y lo que sabe es gracias al maestro Guerrero. Mi sonrisa no desaparecía, tu seguías ahí en cada palabra, en cada recuerdo. En cada relato.
En tu torno que aún sirve; en esa máquina que acaricié como si fueras tu.
En la que sentí tu presencia y lamenté tu ausencia. Mi corazón se hincho como el tuyo, por ese orgullo de ser Guerrero, la nieta del maestro Guerrero, ¡del tornero!
Aquel que trabajaba para el papá de mi compañera de secundaria, Angy, con la que también disfruté y ya no está, tal vez fue a saludarte, así se lo pedí en mi adiós.
Y ahí, en ese lugar tan suyo, al que lamento, ya no volver, lo recordaron, y ahí, en ese lugar volví a abrazarte y extrañarte ¡Abuelo! Te amo, cuídame a la güera.