Por Latitud Megalópolis / Manuel Pérez Toledano
A la muerte de su madre, Marta paso a vivir al lado de su tía Zenaida, una mujerona de aspecto temible, grandes manos y mirada torva.
Marta era una niña de ocho años, con los pies descalzos y el vestidito roto. Como su tía la dejaba encerrada, la niña se dedicaba a lavar los trastes y a limpiar la podrida tarima del piso. Una vez que terminaba su quehacer, sacaba del fondo de un cajón una tosca muñeca de trapo, rota y sucia como ella.
Luego, con unas corcholatas de limonada, poníase a jugar; llenaba de agua una de las latitas y le daba de beber a la muñeca:
-Nena bonita, voy a comprarte un vestido rojo rojo, para llevarte a pasear al jardín…
Y la acostaba dentro de una vieja caja de zapatos, cubriéndola de hilachos y dándole palmaditas con sus tiernas manos.
Apenas oía los bruscos pasos de la tía, su pequeño corazón se agitaba, cual pájaro asustado. Rápidamente escondía sus queridos objetos y se encaminaba a la cubeta de los trastes.
Por lo general, Zenaida llegaba sudorosa y malhumorada; su asqueroso cuerpo despedía un tufo nauseabundo. Era de esas mujeres que hasta en los hombres más ruines de la tierra provocaba una extraña repulsión.
Por ello, su carácter habíasele tornado irascible y violento.
– ¡Ándale, piojosa, agarra el litro que vas por el pulque!
La chiquita corría lo más rápido posible.
Desde las seis de la tarde, Zenaida empezaba a beber y a beber hasta las diez de lo noche en que se derrumbaba embrutecida sobre el jergón. El alcohol despertaba en ella un sentimiento inaudito de crueldad. Por cualquier motivo golpeaba a Marta.
– ¿Por qué te dilataste tanto, bruta…?
– Había muchas gentes, tía… respondía la niña, temblando
– ¡Argüendera, piojosa de tal…! – Y tomando la tranca de la puerta, descargaba el brazo en el cuerpo de la sobrina,
Cuando Zenaida la contemplaba ya caída y sin sentido, experimentaba una nueva satisfacción; como si todos sus oscuros resentimientos encontrasen un desahogo al maltratar a la criatura. El cuerpo de Martha estaba ya totalmente cubierto de moretones.
Los únicos momentos de dicha para la niña era cuando sacaba su muñeca y las corcholatas mohosas.
Una tarde en que Marta estaba muy distraída sujetándole a la muñeca una cinta en la cabeza, la tía la sorprendió jugando. Al mirar el rostro fiero de la mujer, la huérfana se quedo casi sin aliento.
– ¡Ya verás, condenada…! – Y arrebatándole la muñeca, la destrozó con sus negras uñas de mugre.
Llorando inconsolable, Marta recogía los diseminados hilachos.
-Voy a quitarte la maña de estar jugando!
Y acercándose al anafre, Zenaida colocó en las brasas un largo cuchillo de cocina. Una vez que lo vio al rojo vivo, tomó a la niña de los cabellos y le quemó la cara con el candente hierro…
Cuando denunciada por unas vecinas la condujeron a la delegación de policía, la desalmada mujer alegó que la niña, para perjudicarla, había puesto la cara sobre el anafre…