Por Latitud Megalópolis/Jafet Rodrigo Cortés Sosa
Recuerdo bien ese día. La necesidad me llevó a desempolvar algunas cajas de inspiración que había guardado hace tiempo en la alacena. Abrí una a una pero su sabor amargo indicaba que habían caducado hace tiempo; por más que busqué refrigerarlas, el tiempo no fue amable con ellas y una capa mohosa aprovechó la oportunidad de anidar sus esporas en su superficie.
Ausente de provisiones, comencé a desesperar. La inspiración que me quedaba terminaría en cualquier momento. Sólo algunos minutos faltaban antes de que se agotara el último vial de motivación; supe que el único camino posible era recurrir a otras medidas menos placenteras, pero igual de efectivas para terminar la obra que había comenzado.
La entrega era al día siguiente, así que tenía que aprovechar el tiempo de la mejor forma, y aunque la procrastinación no es buena compañía cuando los pendientes urgen, de cierta forma servía como una hoguera que me permitía descansar un poco, alargando gota a gota cada mililitro de inspiración que quedaba en la reserva.
Avancé más por necesidad de cumplir que por satisfacción; cada paso que daba me desgastaba, hasta el punto en que tropezar se volvía un recurrente camino hacia el piso; conocí los lugares más oscuros del camino. La negrura ocultaba mis lamentos, mientras mi piel desgarrada mostraba a todas luces el tristísimo camino que recorrí, aludiendo desde la imaginación toda la procesión que faltaba.
LA CANSADA COSTUMBRE
A veces nos encontramos en austeridad motivacional y tenemos que sobrellevar la poca inspiración que nos queda, hacerla rendir todo lo que podamos, no como una medida de cumplir únicamente, sino para atender nuestro deber de la mejor forma, aunque no lo disfrutemos como quisiéramos; aunque nos cause cierto disgusto, hay que hacerlo.
Por más apasionados que seamos de ciertas actividades, se vuelven tan recurrentes que terminan desgastándonos, mellando parte de nosotros, haciendo que las ruedas tropiecen al perder la savia que les hacían girar con normalidad.
No todo el tiempo podemos estar contentos, motivados, haciendo lo que hacemos por gusto. Hay momentos en los que la inspiración nos desborda y no sabemos qué hacer con tanto, otros, que sencillamente la carencia nos condiciona a cuidar lo poco que tenemos y en ciertas ocasiones, lo poco es tan poco que no nos basta, que tenemos que utilizar la disciplina para seguir, quemar ese cartucho con tal de darle solución a lo que tenemos pendiente por hacer.
SINUOSAS RUTAS
Es una gran mentira aquella que dicta que el camino hacia la felicidad, es disfrutar todos lo que hacemos. Esa versión idílica no muestra los claroscuros de la realidad, el camino y las sinuosas rutas que se presentan frente a nosotros cuando andamos.
Por más que disfrutemos lo que hacemos, no podemos tener esa alegría siempre; hay ocasiones que el cansancio, la rutina, los golpes que nos da la vida, nos hacen tambalear, roban la motivación que tenemos, forzándonos a la austeridad; utilizar la poca motivación que tenemos como reserva y hacer lo que tenemos que hacer por el compromiso que tenemos de continuar.
Lo cierto es que, pasando esos momentos amargos, vuelve aquella dulzura que nos había enamorado, sabor que se fortalece después de probar sabores menos placenteros, después de enfrentarnos a oscuridades y parajes inhóspitos de lo que también significa avanzar; encontrar la motivación perdida que devuelva el gozo a lo que hacemos, un constante reto que nos enfrentamos al vivir, del cual no podemos huir de ninguna forma.