Por Latitud Megalópolis/Jafet Rodrigo Cortés Sosa

Nescimus quid loquitur

Cómo explicar aquel momento en que surge una idea, sin tropezar en el cliché popular que le relaciona con la luz de una bombilla; sin revivir antiguas analogías sobre el fuego primitivo, provocado por el impacto inesperado de un trueno que arranca de golpe la tranquilidad, dejando a su paso cenizas, pero también, causando con su salvajismo aquella chispa que enciende todo  y si la llevamos con cuidado a un lugar seguro, si alimentamos su flama, podemos hacer que ilumine un poco más de tiempo el entorno, prolongando su final.

Las ideas más valiosas suelen ser las más sinceras, aquellas que pareciera que nacen de la nada, pero que en realidad brotan de la inspiración del momento, esa emoción que sentimos en tiempo real que nos lleva a plasmar lo que sentimos de alguna forma.

Lo cierto es que la iluminación no dura toda la vida, es un momento que debemos aprovechar, porque después, la posición de las ideas no será la misma, y el acomodo final traerá consigo un resultado distinto.

 En ocasiones, por más que intentemos, sólo encontramos oscuridad alrededor de nuestro pensamiento. Pareciera como si las buenas ideas se pusieran de acuerdo, ayudando a escapar, jugando a esconderse de nosotros con el afán de que perdamos la cabeza, de frustrar nuestra capacidad de crear y postergar aquellos trámites que tenemos pendientes.

El papel se convierte en un terreno difícil de pisar, haciendo que cualquier movimiento en falso resulte en una caída estrepitosa hacia el inmaculado color, que se vuelve una purísima tortura mientras la tinta se queda petrificada, ante la imposibilidad de manchar.

La inspiración funciona con combustibles distintos y cada uno de ellos tiene un color en particular; enciende a una temperatura específica, misma que mantiene durante todo el tiempo que la vemos arder. Hay combustible que se siente como brazos de sol, mientras otro, se asemeja más a una ventisca que hiela la piel y despierta fantasmas.

Cuando no llegan las ideas, nos vemos obligados a buscarlas. A veces la encontramos saliendo de nuestra cómoda tranquilidad, buscando el desequilibrio, abalanzándose hacia momentos tristes que nos torturen, por lo menos un rato en lo que los utilizamos como combustible para crear; otras ocasiones, aquella llega de intercambiar ideas con alguien más, nutrir nuestros pensamientos con los suyos, escuchando atentamente, abriendo el panorama para ver desde otros ojos el mundo.

A veces la inspiración llega sin avisar, sin que estemos buscando, aquella sincera y cálida luz se siente como una caricia, funcionando como un revulsivo que nos hace ver el mundo desde otra óptica; todo fluye con naturalidad, como si estuviéramos bajo el influjo de algún hechizo poderoso; cada segundo de luz cuenta, por lo que tenemos que hacerlo contar, porque de un momento a otro, la iluminación comienza la retirada.

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