Ciudad de México.- Reconocido como el Maestro de América por sus invaluables aportaciones en favor de la educación y la cultura, Justo Sierra Méndez es considerado uno de los personajes más completos de la historia de México: escritor, historiador, novelista, periodista, político y un decidido promotor del diseño y creación de la Universidad Nacional de México, hoy Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Para Hugo Casanova Cardiel, coordinador del Consejo Académico de las Humanidades y las Artes de la UNAM, e investigador titular del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, fue un hombre de su tiempo.

Si bien formó parte del grupo de intelectuales del porfiriato, como Ignacio Manuel Altamirano y Guillermo Prieto, también fue un personaje que abrió las puertas al pensamiento mexicano del siglo XX, a partir de una perspectiva liberal e ilustrada.

“Fue un mexicano de avanzada que vislumbró a la educación como uno de los caminos con mayor certidumbre para la emancipación intelectual de una sociedad, hasta entonces, caracterizada por la ignorancia y la servidumbre. Sierra propugnó por la instrucción obligatoria como un medio para la superación de los individuos y como un elemento de vinculación social y el bien común”, enfatiza en entrevista Casanova Cardiel.

Considerado libre pensador en la academia y en el servicio público, concibió un proyecto educativo nacional y buscó formas de difundir la cultura y la ciencia en México, como la mejor manera de forjar el alma nacional.

Su visión se inspiró en las ideas del positivismo, oponiéndose a aquellas interpretaciones religiosas del mundo; abogó por el bien colectivo sobre el interés individual, siempre desde una perspectiva científica, basada en fundamentos técnicos.

Siendo maestro de la Escuela Nacional Preparatoria impartió la cátedra de Historia y publicó la que es considerada su obra fundamental: “Evolución política del pueblo mexicano (1900-1902)”, un libro de texto que ha contribuido a la formación política de varias generaciones.

En ese sentido, Casanova Cardiel señala: aunque resulta difícil calificar como revolucionario a un intelectual que formaba parte del grupo en el poder, la propuesta de Sierra Méndez aportaba ideas que buscaban –en el marco de las estructuras porfiristas– mejores condiciones para una población, en su mayoría, rural y necesitada.

“Si bien Justo Sierra no profundizaría en las agudas contradicciones sociales que desembocaron en el estallido de la Revolución Mexicana de 1910, sí, en cambio, concedía a la educación nacional enormes posibilidades para el fortalecimiento de la patria, el desarrollo y la democracia”, añade.

En cuanto a la vigencia de sus postulados en materia educativa, y en particular sobre el proyecto de Universidad Nacional que soñó, Hugo Casanova afirma que las instituciones universitarias se desenvuelven bajo una dualidad que responde a sus raíces históricas y a los retos del presente. En el caso de la Universidad Nacional lo hace con claridad a esa doble dimensión: encuentra sólida base en sus planteamientos primigenios y contesta con gran pertinencia ante el entorno social actual.

“En la Universidad Nacional de hoy, el pensamiento original de Sierra ha devenido en un modelo que da cabida a las más diversas expresiones del pensamiento. Se trata de una institución libre, plural y orientada a la solución de la compleja problemática nacional”, asevera Casanova Cardiel.

Con base en su carácter nacional y autónomo, explica, la Universidad Nacional ejerce la autocrítica y combina lo mejor de sus tradiciones con los retos que le impone el presente. Se honra así el legado de los miles de mujeres y hombres que desde los más diversos campos del saber y, por más de un siglo, han transitado por sus aulas.

Entre otras de las aportaciones esenciales de Justo Sierra destacan el establecimiento del primer sistema laico de instrucción pública en México; la promoción de la unificación lingüística del país; otorgar autonomía a jardines de niños; impulsó al reconocimiento del magisterio en el nivel superior; y el establecimiento de un sistema de becas para los alumnos con mejor desempeño académico.

Por la vía de la educación

Nació en Campeche el 26 de enero de 1848; inició sus estudios en ese estado y los continuó en Mérida, Yucatán. Posteriormente, en 1861, luego de la muerte de su padre, la familia se mudó a la Ciudad de México donde ingresó al Liceo Franco Mexicano, para continuar con su formación académica en el Colegio de San Idelfonso.

En 1871 finalizó sus estudios de abogado y empezó a trabajar en la vida pública, al desempeñarse como diputado en el Congreso de la Unión y magistrado de la Suprema Corte de Justicia. También fue titular de la antigua Secretaría de Justicia Pública y Bellas Artes y de la Secretaría de Instrucción Pública, de 1905 a 1911.

Una de sus principales tareas fue la promoción de la educación primaria obligatoria, ya que consideraba que el desarrollo del país solo era posible por la vía de la educación. Su mayor legado fue la creación de la Universidad Nacional de México, en 1910, ahora UNAM.

En la actividad periodística fue fundador y director del periódico La Libertad, de 1878 a 1880; colaboró en los diarios El Monitor Republicano, La Libertad y La Tribuna; así como en los semanarios El Renacimiento y El Federalista; también fue uno de los directores de la Revista Nacional de Letras y Ciencias, de 1889 a 1890.

Durante su trayectoria política se desempeñó en dos ocasiones como diputado federal en el Congreso de la Unión, de 1881 a 1884; presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, 1887; ministro y presidente de la Suprema Corte de Justicia, de 1894 a 1900; secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes de México, de 1905 a 1911, durante el porfiriato. Posteriormente, ministro de México en España por el gobierno de Francisco I. Madero, en 1912; y representó a México en el Congreso Hispanoamericano de Madrid.

Murió el 13 de septiembre de 1912; sus restos fueron repatriados para ser sepultados en la Rotonda de las Personas Ilustres, en la Ciudad de México. Su nombre está inscrito en el Muro de Honor de la Cámara de Diputados.

En su amplio legado escrito destacan artículos periodísticos, epístolas, doctrinas políticas y educativas, ensayos críticos, discursos, cuentos, poemas, narrativa, libros históricos y biográficos.

Sus Obras Completas fueron publicadas por la UNAM en 1948 y reeditadas en 1977; están integradas en 15 tomos, supervisados por el escritor Agustín Yáñez.

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