• El campus es un emblema de identidad, comunidad e interacción de funciones sustantivas: Lourdes Chehaibar Náder
  • Su edificación implicó un despliegue de planeación y ejecución a escala nunca vista en el país, así como el progreso de la educación superior y la cultura

Ciudad de México.- La Universidad, en los contextos más difíciles -incluso del clima generado por el estallido de la Revolución mexicana, momento en el que se fundó la Universidad Nacional de México- prosiguió con sus actividades, como ocurrió en el escenario actual de la crisis sanitaria, afirma Lourdes Chehaibar Náder, investigadora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE).

En ocasión del Día de la Dedicación de la Ciudad Universitaria asegura que este significó un acto de cortesía, reconocimiento y agradecimiento hacia el gobierno federal, por haber contribuido a la cristalización de un proyecto largamente anhelado por los universitarios. También significó la entrega y confianza que el entonces presidente Miguel Alemán Valdés depositó en la UNAM, gesto al que esta institución respondió con creces, como lo sigue haciendo en respuesta al país.

El 20 de noviembre de 1952, hace 70 años, se realizó esta ceremonia que representó la inauguración oficial de la primera etapa del complejo universitario considerado, desde hace tres lustros, Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Estuvo encabezado por el entonces rector Luis Garrido; el presidente de la República, Miguel Alemán Valdés; y el presidente ejecutivo del Patronato Universitario, Carlos Novoa.

A propósito del Día de la Dedicación de la Ciudad Universitaria, que coincide con la conmemoración del inicio de la Revolución mexicana, la académica universitaria indica que ese hecho histórico evoca “una época de crecimiento del sistema educativo, desde la educación básica hasta la media superior y superior, así como de la matrícula escolar de estos dos últimos niveles educativos”.

La investigadora y exdirectora del IISUE señala: el largo anhelo de contar con una Ciudad Universitaria inició en la segunda década del siglo pasado con el surgimiento de diferentes proyectos arquitectónicos; destacó uno, el de los arquitectos Alfonso Campos y Marcial Gutiérrez Camarena, quienes se titularon con una tesis que planteaba un proyecto de universidad que se situaba hipotéticamente al sur de la ciudad, en Huipulco.

“Ellos fueron los primeros que se refirieron a una ‘Ciudad Universitaria’ en 1928. Un año después, en 1929, en el contexto de la Autonomía de la UNAM, el rector García Téllez intentó lanzar una campaña para generar fondos para edificarla; sin embargo, no progresó. Fue hasta 1945, con el entonces presidente Manuel Ávila Camacho, en el marco de la nueva Ley Orgánica de esta casa de estudios -que aún nos rige-, cuando la relación de la Universidad y el gobierno federal fue adquiriendo perfiles favorables para nuestra institución”, comenta la maestra Chehaibar.

En 1945, en la rectoría de Genaro Fernández McGregor, se expidió la Ley sobre la Fundación y Construcción de Ciudad Universitaria, que consideró la creación de una Comisión de la Ciudad Universitaria que sería la encargada de establecer los programas generales y particulares de los edificios, convocar a los concursos de los anteproyectos del conjunto, además de formular el plan financiero.

Al año siguiente, con la llegada a la presidencia de Miguel Alemán Valdés, primer mandatario civil del México moderno, abogado egresado de la UNAM, las acciones se enfocaron hacia una ruta de modernización y crecimiento de infraestructura, tanto industrial como de servicios, al desarrollo del capital y la ampliación del mercado de consumo, entre otras estrategias para el crecimiento del país. Fue una época en la que también se edificaron numerosas escuelas, se fundó la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, se crearon los institutos nacionales Indigenista y el de Bellas Artes, entre otros hechos.

El siguiente rector, Salvador Zubirán Anchondo (marzo de 1946 a abril de 1948) emprendió una campaña para allegar apoyo moral y económico a la Universidad, y proseguir los trabajos para erigir la Ciudad Universitaria.

En marzo de 1948 se iniciaron obras preliminares: drenaje, mesetas y puentes y el 5 de junio de 1950 se colocó la primera piedra en la Torre de Ciencias. Se trabajó a un ritmo acelerado; no obstante, se acercaba la conclusión del mandato del presidente Alemán Valdés (el 1 de diciembre de 1952), a quien le siguió en el cargo Adolfo Ruiz Cortines. Pero aún no habían concluido las obras; lo que estaba listo para su inauguración era el Estadio Universitario, indica.

“Alemán había sido solidario, aportó recursos y estuvo pendiente de los trabajos de construcción. Por ello, se decidió realizar un evento preliminar al que llamaron ‘Ceremonia de Dedicación de la Ciudad Universitaria’, con la que se hizo una ‘primera entrega’, el 20 de noviembre de 1952, a las 17:30, en el Estadio”, acota la especialista universitaria.

Entonces, recalca Chehaibar Náder, la ceremonia del Día de la Dedicación de la Ciudad Universitaria fue también un reconocimiento al patrocinio innegable que recibió la UNAM durante ese periodo, que permitió concretar el anhelo de esta magna obra, la cual ha seguido rutas de crecimiento, como el nuevo circuito de la Investigación Científica o el Centro Cultural Universitario.

La época de la construcción de la Ciudad Universitaria se inserta en un periodo de crecimiento constante, de gran repercusión para la Universidad, la Ciudad de México y el país. “Es un emblema de identidad, comunidad e interacción de las funciones sustantivas de gran importancia”, subraya.

En los 28 meses posteriores a la colocación de la primera piedra (junio 1950) se edificaron dos millones de metros cuadrados de construcción, fue una obra veloz, magna, que implicó la inversión de 150 millones de pesos, el esfuerzo de más de 150 arquitectos e ingenieros, una cifra superior a 10 mil trabajadores de diferentes oficios, además del personal administrativo, las autoridades y el grupo que gestionó y condujo la obra, detalla Chehaibar.

En ese sentido, expresa que la construcción de Ciudad Universitaria implicó un despliegue de planeación y ejecución a escala nunca vista en el país, con efectos impresionantes en el desarrollo de la industria de la construcción y en el progreso urbano al sur de la Ciudad de México; además, significó el progreso de la educación superior y la cultura, “por decir lo menos”.

Asimismo, permitió la interacción de maestros, investigadores, trabajadores y estudiantes en un contexto que mezcló la funcionalidad arquitectónica –lo cual es reconocido por la UNESCO–, la creación plástica que reúne y en ella a la cultura prehispánica, y todas estas reminiscencias que tenemos en una serie de edificios en donde, además, se conjunta una mirada sustentable que recupera a la piedra volcánica, uno de los materiales del propio contexto.

Emblemático

El 7 de agosto de 1950, refiere Chehaibar Náder, inició la construcción del Estadio Universitario y su apertura fue el 20 de noviembre de 1952. Ese día iniciaron los Segundos Juegos Juveniles Nacionales y, a partir de entonces, en esa instalación deportiva se realizaron una serie de eventos competitivos como los juegos panamericanos, nacionales, regionales, etcétera, hasta ser sede de los Juegos Olímpicos de México en 1968, lo cual cambió su denominación a Estadio Olímpico Universitario. Es también la casa del futbol americano y del futbol soccer que congrega con orgullo a la afición universitaria.

A ese recinto deportivo, como puede verse en numerosos espacios del campus central y en las demás áreas que han crecido en la UNAM, lo acompaña una obra artística, en este caso el policromado monumental en relieve de Diego Rivera, “La Universidad, la familia y el deporte en México”. Originalmente se planeó que cubriera todo el talud perimetral, pero que sólo abarcó su portada principal, sobre la avenida Insurgentes.

Fue elaborado con una serie de piedras de colores, lo adornan un águila y un cóndor andino con las alas extendidas que representan a México y América Latina, mientras que en la parte inferior está representada la serpiente emplumada, un emblema del México prehispánico, nuestras raíces y cultura.

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