Ciudad de México.- México en la mira, una mochila a sus espaldas y su violín en las manos, Sayd Atreyul Hortúa Medina emigró de su natal Venezuela con el objetivo de buscarse una vida “más digna”, como él dice. Durante seis días caminó para cruzar la frontera entre Venezuela y Colombia para luego tomar un avión rumbo al norte. “Me monté en un autobús sin la certeza de que fuera a donde tenía planeado”, relató el joven de 29 años.
Las altas tasas de desempleo y la imposibilidad de trabajar, estudiar o vivir con los servicios básicos fueron algunos de sus motivos para dejar el hogar. “Debía irme pues había carencia de todo: agua, luz, gas, transporte, alimentos o insumos médicos”.
Según la Agencia de la ONU para Refugiados (ACNUR), hasta agosto de 2023, 7.7 millones de venezolanos habían abandonado su país y más de 6.5 millones habían buscado refugio en naciones de América Latina y el Caribe. De acuerdo con el artículo Tendencias y perfiles de personas en movilidad 2022–2023, la migración internacional —y en especial la intrarregional— ha aumentado en la zona, fenómeno acentuado por las crisis migratorias, como la que ha dado pie a la salida masiva de venezolanos.
De acuerdo con la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, son siete millones 710 mil 887 los refugiados, migrantes y solicitantes de asilo venezolanos registrados por los países de acogida: Colombia tiene al 75.9 por ciento; Perú al 7.1; Ecuador al 5.7; tanto Chile como Estados Unidos al 5.1; Panamá al 0.3; Argentina, México y España al 0.2 (cada uno), y Brasil y Uruguay al 0.1 (por igual). Aunque dicha cifra también contempla a los migrantes irregulares, es posible que dicha estimación sea baja pues se ignora si los que alguna vez tuvieron un permiso, aún lo conservan.
Luciana Gandini, coordinadora del Seminario Universitario de Desplazamiento Interno, Migración, Exilio y Repatriación de la UNAM, señaló que hay un flujo intrarregional o intracontinental que ha llegado a niveles históricos en América Latina y el Caribe: en la última década se ha duplicado la cantidad de personas que se mueven en la zona.
Asimismo, explicó que los movimientos migratorios se dan —en gran medida— en condiciones forzadas, es decir, para huir de violencias estructurales, institucionales o por secuelas del cambio climático o fenómenos medioambientales. “La migración que llega a México y, en especial a su capital, lo hace por circunstancias mixtas”.
Ante el control cada vez más estricto para entrar a Estados Unidos, nuestro país se está convirtiendo en un destino importante. En el año 2000 se contabilizaban 538 mil migrantes internacionales, para 2010 eran 970 mil y, para 2020, sumaban ya un millón 198 mil, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones.
Para la profesora Gandini, del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ), esta tendencia exponencial de crecimiento de migraciones por violencia y migraciones forzadas no cambiará en el corto plazo, por lo que hay que estar preparados, y acotó: “Aunque las cifras han aumentado, la inmigración en México es poca. Nuestro total es del 0.4 por ciento de la población, una tasa baja comparada con la de sitios como Estados Unidos, donde el 15 por ciento de la población no nació ahí”.
Hoy, millones de personas de origen asiático, europeo, centro y sudamericano, como Sayd, enriquecen la diversidad cultural mexicana. En ese sentido, Luciana Gandini señala que, por mucho tiempo y a través de varios estudios, las migraciones han demostrado tener más impactos positivos que negativos, pero que para lograr eso hay que garantizar que quienes migran lo hagan por canales regulares, pues no dejarán de hacerlo por levantarles un muro o por imponerles una visa de turista.
La gente se mueve y no por diversión, sino para escapar de contextos difíciles y riesgosos, y estas tendencias se incrementarán en los próximos años. “Para obtener efectos positivos es preciso que los migrantes puedan integrarse y que, en vez de como un problema, sean vistos como una oportunidad de crecimiento. Tal es el desafío”, finalizó. Como muchos venezolanos, Sayd ingresó a México en 2018 como turista, luego fue refugiado y, en 2020, obtuvo su permiso de residencia permanente. Así cumplió con su sueño de matricularse en la licenciatura de Instrumentista de Violín en la Facultad de Música. “Me sentí muy bien cuando llegué a la UNAM. Como migrante, tras pasar tantas trabas para entrar a otro país, fue un alivio saber que por fin iba a estudiar”.