Por Alex Espinosa

He tenido muy poco tiempo cubriendo los eventos del gobernador, tan solo la administración de Alfredo del Mazo. Supongo que por eso es que no he terminado de acostumbrarme al “gallinero”; ese especial lugar destinado a los periodistas, normalmente lo más alejado posible del escenario que pisa el gobernador con sus secretarios, presidentes municipales, invitados especiales.

Desde ahí somos espectadores, no más. Algunos colegas van porque en su agenda cargan temas de educación, desarrollo agrícola, urbanismo, salud o cualquier otra. Entonces hay que rogar para que la benevolencia de los secretarios los empuje a esas vallas que nos resguardan, que nos detienen en búsqueda de ellos.

Porque a fin de cuentas es lo que hacen, detenernos. Ese mal hábito que me cuentan empezó con Eruviel Ávila, el sexenio pasado, ha trasgredido al actual gobernador que vio que es sencillo mantenernos alejados, y que nos dispone a no tener más nota que aquella que él mismo nos ofrece. Esto, para mí, es una ofensa.

Lo es porque no me deja trabajar como yo quiero, dejándome trabajar con lo que puedo. Lo que puedo es una foto lejana, lo más limpia que pueda; hacer una nota, con lo poco que dan; lo que puedo es esperar a que el secretario en turno venga, pero no el gobernador, él jamás viene. Él se pavonea en el centro del recinto, se mira de tanto en tanto al monitor que proyecta su rostro, brilloso, como siempre. Solo mira hacia nosotros cuando sabe que es el momento de la foto, cuando alza triunfante el brazo.

“El gallinero” no es solo una barrera tangible, sino es una muestra de la distancia que el gobierno impone a nosotros, como periodistas. Nosotros de un lado, apartados, aislados básicamente en ese punto desde el que podamos observar sin acercarnos. Ellos pueden acercarse a nosotros, nos hablan; ellos abren los puentes cuando quieren y los cruzan, si quieren. A nosotros nos toca ver desde lejos, sin más posibilidades.

Tomo fotos, las suficientes, y bajo del templete para sentarme junto a la bocina, para escuchar mientras hago mis notas en la libreta. El hombre al micrófono anuncia que ha terminado el evento. Me levanto y espero a que alguien se acerque al gallinero: “pareja, ¿quién va a venir a dar entrevista?”, se encoje de hombros y alza las cejas. No sabe. Nadie viene. Trato de salir y me detienen: “hasta que salga el jefe”, me dicen. Me siento de nuevo. “El jefe”, a lo lejos, se toma fotos con mujeres que no lo dejan salir, y a mí tampoco.

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